Últimamente {bastante} no dejo de pensar y comentar con todo el mundo lo rápido que me pasa el tiempo. La vida me vuela y cada vez más deprisa. Precisamente hace un año tal día como hoy estaba en mi ciudad favorita, en Nueva York, con unos amigos a punto de vivir por primera vez los fuegos artificiales del 4 de julio. Mis amigos acaban de tener un bebé hace casi un mes. Lo que cambian las cosas en menos de un año.
Algo que me encanta de las redes sociales es descubrir nuevos lugares para ir a comer, en diferentes ciudades, y, sobre todo, en la mía propia. Aquí os dejo algunos de mis restaurantes favoritos en Barcelona. Gracias al #CosmetikTrip13, pude incorporar a la lista cuatro restaurantes más, esta vez en Madrid, que os quiero recomendar porque me encantaron. Os cuento por qué.
Recuerdo perfectamente aquel verano del 88, cuando en la televisión apareció un anuncio en el que un coche circulaba por una carretera con un perro en la parte de atrás. De repente, el coche se detenía y se abría la puerta; el perro bajaba, la puerta se cerraba y el coche arrancaba siguiendo su camino, mientras el perro se quedaba allí quieto observando cómo se alejaba. Y mientras, sobre pantalla, aparecía el eslogan 'Él nunca lo haría. No lo abandones'.
Se trataba de una campaña de concienciación, desde la Fundación Affinity, contra el abandono de animales, sobre todo en las épocas vacacionales donde las estadísticas se disparan. Hoy, 30 años después, más de 100.000 perros son abandonados cada año en España. Los gatos tampoco se libran, con cerca de 40.000 abandonos cada año.
Mi perrita Kira tiene 8 años. Desde los 3 meses está conmigo. Es una Schnauzer mini sal y pimienta. Era mi primera vez. Mis abuelos habían tenido toda la vida perros en el pueblito. Recuerdo siempre las regañinas de mi madre porque me pasaba los días metida en la caseta con ellos y acababa siempre llena de pulgas. Pero vivir 24/365 con un animal, era nuevo para mí.
Me encanta el vino. Cuando era más joven y salía con mis amigas de bares, siempre me pedía una copa de vino, generalmente blanco. Mis amigas me tachaban de sibarita, pero a mí era lo que más me gustaba. Hoy he ampliado un poco mis bebidas favoritas, incluyendo la cerveza, el gintónic o los mojitos en verano, pero una buena copa de vino siempre está ahí, blanco, tinto o rosado, según el día y el momento.
Tomarme una copa de vino con una amiga en una terraza, mientras leo mi libro favorito o durante un baño relajante al llegar a casa después de una semana caótica, son de mis planes favoritos. Por eso siempre digo que si alguien me tiene que hacer un regalo, una botella de vino o algo relacionado con él, me hace muy feliz.
Como se acerca San Valentín, os quiero proponer 6 regalos que giran en torno al vino con los que, por lo menos a mí, me consiguen enamorar.
María José y yo no nos conocíamos de antes, de siempre. No hasta el primer día en el que nos vimos por primera vez. No aparecemos en nuestros álbumes de fotos familiares ni tampoco hemos compartido nunca mesa en Nochebuena. Nuestra historia, o así lo creíamos, empieza hace 13 años, aunque por aquel entonces no imaginábamos que esa historia ya llevaba escrita muchas lunas.
¿Conocéis la teoría de los 6 grados? Se le llama seis grados de separación a la hipótesis que intenta probar que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios (conectando a ambas personas con sólo seis enlaces), algo que se representa en la famosa frase de 'el mundo es un pañuelo'. El concepto está basado en la idea de que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena, y sólo un pequeño número de enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en la población humana entera. De esta manera, la teoría asegura que es posible acceder a cualquier persona del planeta en tan sólo seis 'saltos'.
Y así, como quién no quiere la cosa, llegamos, nuevamente al último día del año. Recuerdo hace exactamente 365 días atrás, cuando pensaba en el 2017 y sabía que cosas buenas iba a traer mi 7 de la suerte. Y así fue. Este año al que le quedan horas ha sido maravilloso, para mí y para mucha gente que quiero. Sin embargo, no ha sido así para todo el mundo. Para otros no funcionó mi 7 de la suerte, y de todas, todas, este 2017 ha sido el peor de sus vidas, el que nunca hubieran ni tan sólo haber podido atisbar mientras se comían las uvas de, qué ironía, la suerte.
Lo siento tanto. Lo siento tantísimo. Mi 7 de la suerte no llegó a todo el mundo. Pero ya os expliqué el año pasado que es así y, por mucho que me duela, va a seguir siendo así. Es la Teoría de los Equilibrios: para que a unos les vaya bien, tiene que haber otros a los que les vaya mal. Y esto es de esta manera siempre, cíclico. Aunque, también os lo conté, no siempre funciona en la misma dirección. Y llega un momento en el que cambian las tornas y a aquellos a los que les fue mal, les empieza a ir bien. Sí, y al revés, no se puede hacer nada, funciona así.
A veces digo mentiras. Lo confieso. No son grandes ni graves. Son pequeñas mentiras que me ayudan a hacer feliz a la gente. A veces, una pequeña mentirijilla puede resultar de lo más efectiva. A mi me funciona. No me gusta la gente de 'yo es que soy súper sincera', y ya con eso dice siempre todo lo que le parece. Si alguien va un día a la peluquería y se hace un cambio de look radical y pregunta '¿me queda bien?', esa persona súper sincera responde 'estás feísima, te queda fatal'. ¿Es necesario? Al final, creo que somos muy sinceros con muchas cosas que son absolutamente subjetivas. Os diré algo. Esa persona está deseando que le digas, 'estás guapísima, me encanta'. Y ella feliz y yo más. ¿Que iré al infierno? Pues correré el riesgo entonces. Nadie me ha contado todavía que en el infierno se esté mal.
Hace unos días, una de mis mejores amigas, a la que quiero con todo el corazón, recibió lo que parecía una muy mala noticia. Ella lo tomó así y se le cayó el mundo encima. Así que le dije una mentira. Le dije 'mira, que yo conozco a alguien que le ha pasado lo mismo y al final no fue nada; que eso es normal; que pasa mucho y luego desaparece; de verdad te lo digo, hazme caso'. Y se tranquilizó (un poco) y al final, resultó que no era nada. ¿Y si hubiera sido? Pues entonces ya nos hubiéramos preocupado, hubiéramos llorado y lo que hubiera hecho falta. Pero así ganamos algo de tranquilidad; ganamos unas gotas de esperanza. Os puedo asegurar que me he medido la nariz y no me ha crecido.
Todavía recuerdo cuando mi marido (entonces novio) y yo nos fuimos a vivir juntos a nuestro nuevo hogar. Era nuestro inicio de vida en común, de vida 24h. bajo el mismo techo. Recuerdo lo emocionada que estaba decorando mi nueva casa. Estaba totalmente vacía, la reformamos entera y la llenamos con detalles que nos hicieron sentir precisamente eso, que estábamos en nuestra casa, en nuestro hogar. Fueron unos meses de mirar revistas de decoración, tiendas, webs y de comprar muebles online. Dimos con una tienda española de muebles de fabricación propia, Menamobel, en la que encontramos mucha inspiración para nuestra home sweet home.
No me resultó nada cansado; más bien fue muy divertido, como un juego. Compramos nuestro sofá con toda la ilusión del mundo, pensando en cuántas tardes de invierno pasaríamos en él, bajo una mantita y con una taza de café caliente, acurrucaditos viendo una de esas pelis antiguas que tanto nos gustan. Recuerdo que pasamos días buscando dónde comprar mesas de centro, porque sabíamos que íbamos a utilizar más este tipo de mesas en nuestro día a día que la grande del comedor.
Cómo echo de menos Nueva York. Tenéis mis mejores planes e la ciudad aquí y aquí. En nuestro último viaje a Canadá, mi marido y yo queríamos haber bajado a la Gran Manzana unos días pero no fue posible. Nos dio mucha pena, porque estamos enganchados a esta ciudad y nunca tenemos bastante de ella. La verdad es que no descartamos volver pronto; seguramente ya será en el 2018.
Hasta que llegue ese momento, nos vamos a sacar la espinita gracias a la marca de gin Seagram's y a su The Seagram’s New York Hotel, que durante dos meses estará en Barcelona, en el hotel The Corner (C/ Mallorca, 178) y que nos trasladará a Nueva York a experiencias a través de sus experiencias
más icónicas: jazz sessions de artistas internacionales; los mejores brunchs de Brooklyn, con una carta que incluye desde el más sencillo y delicioso café con bocadillo hasta frescos mariscos acompañados por un refrescante cóctel; la cocktelería más genuina de la mano de los bartenders de las mejores barras del
mundo, con bebidas de temporada elaboradas con frutas frescas, verduras y hierbas; las propuestas gastronómicas de
los restaurantes más trendy de Manhattan y hasta una exclusiva barbería old style, en la que degustar un 'Tom Collins' acompañado de un corte de pelo o afeitado de barba.
Ya hace una semana que volví de mi viaje por el Este de Canadá y tengo que confesar que aún arrastro eso que llaman jet lag. Es decir, la descompensación horaria que se produce cuando nuestro reloj interno, que marca los periodos de sueño y vigilia, no va a la par con el nuevo horario que se establece al viajar en avión a largas distancias.
A mucha gente le lleva unos días ajustarse
por completo, dependiendo no sólo de la cantidad de franjas horarias que
se cruzan, sino también de la dirección en la que viajan. Resulta más
problemático viajar hacia el este, debido a la forma en que funciona nuestro
reloj biológico. A medida que se sobrepasa el período de 24 horas,
nuestro cuerpo lo compensa restando un poco cada día hasta que se sincroniza
con el ciclo de luz habitual. Si se viaja hacia el oeste, se ganan horas y, por lo tanto,
el cuerpo tiene tiempo adicional para hacer estos ajustes. En cambio, hacia el
este los días se acortan y la adaptación se hace más difícil.
De ya no usarlo... Perdóname Rocío; me venía mejor así. Porque después de todo lo visto (no sólo estos días) en los últimos tiempos, ha venido a mí, como una revelación y lo he visto claro, lo he entendido todo. Se nos rompió el amor y ojalá hubiera sido como cantaba Rocío, de tanto usarlo. Pero no.
Nací en Barcelona; comunidad, Cataluña; país, España; continente, Europa; y así en global, vine al Mundo. No viene a una ciudad, ni a una región. Nací y vine al Mundo. Mi madre me trajo aquí. Y, cosas de la vida, el aquí fue Barcelona, un lugar que amo, como también amo Cuenca, como amo Nueva York. Porque uno no ama un trozo de tierra concreto, ni un nombre, ni una bandera, ni una lengua, ni un color. Uno ama aquellos lugares en los que, y valga la redundancia, amó la vida. A la vida y a las personas. Porque, y aquí viene a dónde quería llegar, yo, a parte de barcelonesa, catalana, española, europea... soy PERSONA. Es lo que más me gustaría que pusiera en mi pasaporte. Nacionalidad: Persona.