A quién de vosotras no le ha pasado alguna vez, llevar taconazos de aguja en una ceremonia o cóctel al aire libre. El césped, la gravilla, la arena de la playa, el barro, las piedras... hay superficies complicadas para los tacones. Yo lo he vivido. Recuerdo una boda a la que asistí como invitada en la que lo pasé francamente mal. La boda era en un castillo y para llegar desde abajo a la zona de la ermita y cóctel había que encomendarse a todos los ángeles de la guarda que se os puedan ocurrir.
Escaleras de rocas discontinuas, camino de tierra, más escaleras de rocas discontinuas... y yo con mis súper taconazos divinos de la muerte de 13 cm. No os lo podéis ni imaginar. Pensé que nunca llegaría arriba entera y que ese día volvía a casa con una pierna rota. Lo pasé mal, os lo juro. Tanto que, como lo que sube, baja, a la hora de marcharme, para bajar, me quité los zapatos y caminé por todas esas superficies tan hostiles descalza. Me clavé mil cosas en los pies, pero por lo menos no me abrí la cabeza que era lo que muy probablemente podría haberme pasado. Las papeletas las tenía todas.