Cuando a mi bandeja de entrada llegó un email de la fotógrafa María Cano, de Keisy&Rocky, diciéndome que hacía 2 semanas que había perdido a Keisy, su perrita, lloré. Soy así. Cuando se trata de peluditos, no lo puedo evitar. Nunca la ví, nunca conocí a Keisy, pero en ese momento era como si una pequeña parte de mí, por dentro, se encogiera.
Y entonces, pasó lo que me ocurre algunas veces, que me imaginé ese día, ese fatídico día que llegará más pronto de lo que yo desearía, en el que mi pequeña Kira ya no estará, y ya no habrán más fiestas al llegar a casa, ni más rabito muñón moviéndose, ni más besitos de lengüina, ni más rasquis de tripita... Sé que será difícil, muy difícil. Sé que me costará superarlo, seguramente más de lo que me ha costado superar otras pérdidas.
Kira ha sido el mejor regalo que me han hecho nunca, de largo. Ya lo sabéis, no es la primera vez que os lo digo. Mi vida es mucho mejor desde que está en ella. Las tardes de invierno, de sofá y mantita, con un cacao calentito, enroscada junto a mí mientras esperamos que mi marido vuelva de trabajar; las siestas de verano nariz con hociquito, los paseos de despejarse y pensar persiguiendo palomas, las sesiones de morder orejitas y trufa... Cómo era aquello... ah! Sí... "cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro". Pues tal cual. Algunos se creen que estoy chalada. Y a mí me parece que los chalados, rarunos y oscuros son ellos. No sé cómo ni dónde, pero quiero tatuármela, para verla toda mi vida, cuando ya no esté, y recordar cada segundo que ella me regaló, seguramente sin ella saberlo, los años más felices de mi vida. Sí, ya, vendrán otros años felices, de otras maneras, pero estos... estos no los olvidaré jamás. Sé que sólo los y las que tenéis peluditos sois capaces de entenderme.